Nuestro organismo, al igual que el de otros seres vivos, está preparado de manera natural para hacer frente a diferentes situaciones inesperadas que puedan poner en juego nuestra supervivencia.
La respuesta inmediata ante un peligro es la huida o la lucha, para facilitar tal fin el sistema nervioso pone en marcha toda una serie de mecanismos de activación.
El estrés es, sencillamente, una respuesta del organismo, que al verse sometido a elevadas exigencias del medio necesita aumentar el rendimiento para responder a dichas demandas. En principio, este aumento de activación, tanto fisiológica como mental es una reacción natural, normal, y en muchos casos necesaria. Sin embargo en el momento en que las demandas aumentan y no somos capaces de hacer frente a las situaciones, o nos cuesta desconectar con los eventos que nos causan estrés, las reacciones de nuestro organismo dejan de ser funcionales y se convierten en un problema. Este último aspecto es lo que se define como distrés frente al eustrés, o estrés bueno, es decir, toda aquella activación que ayuda a mejorar el rendimiento. De hecho, seguramente habrás comprobado que eres capaz de hacer mejor determinadas cosas si tienes un poquito de presión, no obstante, en cuanto dicha presión es excesiva el nerviosismo puede hacer que lo hagas peor. A pesar de la diferencia entre los términos eustrés y distrés, usualmente, al hablar de estrés siempre se hace referencia a lo que hemos definido como distrés, es decir, el aspecto negativo y patológico de una excesiva activación.
Actualmente, los factores estresantes en nuestra sociedad son, en general, bastante diferentes a los peligros para los cuales nos preparó la naturaleza, ya no se trata tanto de un riesgo físico (proximidad de un animal peligroso, por ejemplo) si no más bien de un riesgo social y/o psicológico (no estar a la altura de una circunstancia, no rendir en el trabajo o en los estudios, problemas con las personas queridas y la posible pérdida de su compañía, no gustar a la gente de nuestro entorno…).
El estrés puede surgir, bien puntualmente ante una situación concreta, por ejemplo ante los exámenes, lo cual a pesar de ser desagradable desaparece una vez pasada la situación; o bien puede hacerse crónico debido a temporadas en las tengamos que afrontar varias situaciones que nos desbordan. En este caso el organismo está continuamente en estado de alarma, lo cual suele interferir con el bienestar general de quien lo sufre y alterar tanto su salud, como diversos aspectos de su vida diaria, entre ellos la sexualidad.
De todas las funciones del organismo, la sexual es la más innecesaria ante una situación de peligro, incluso podría ser perjudicial (imagina lo poco conveniente que resultaría una fuerte excitación sexual en un momento en el que hay que huir o tener la mente clara para resolver una complicada situación) por ello la respuesta sexual es totalmente incompatible con el estrés.
Cuando la propia relación erótica, a causa de diversas obsesiones, es percibida como una condición de “peligro”, nos encontraríamos ante el estrés situacional y lógicamente el cuerpo reaccionará antes a nuestro propio miedo que a los estímulos sexuales.
Algunos ejemplos de factores que favorecen dicho estrés situacional en el sexo son:
- Un excesivo sentimiento vergüenza
- Inseguridad
- Falta de confianza con la pareja
- Diversos miedos más concretos como
- No gustar lo suficiente
- Nos hagan algo que nos desagrade
- Miedo al embarazo
- Posibles contagios
Teniendo en cuanta que el organismo reacciona igual ante el peligro, independientemente de si se es hombre o mujer, y dado que la respuesta sexual en ambos sexos depende básicamente de los mismos procesos fisiológicos (en especial de una mayor afluencia sanguínea a los genitales), la repercusión de los posibles miedos en la relación es prácticamente igual en hombres y mujeres: ausencia o dificultad para la aparición de respuesta sexual en la fase de excitación y, en caso de que esta se produzca, dificultades en el orgasmo o ausencia del mismo. La manifestación estos problemas en ambos sexos es la siguiente:
En la mujer ausencia de lubricación o escasez de la misma, en estados de mucha tensión se produce una contracción involuntaria de los músculos de la vagina (vaginismo), con la posible sensación dolorosa si se intenta la penetración bajo esta circunstancia. También suele ocurrir que en condiciones de inquietud haya dificultad o imposibilidad para llegar al orgasmo. En el hombre, lo más habitual es que no se logre la erección, o que se pierda con facilidad, en el caso de que se mantenga es fácil que el nerviosismo de lugar a una eyaculación excesivamente rápida.
Ahora bien, pueden existir diferencias en lo que hombres y mujeres interpreten como “peligroso” en la cama. En general a los hombres les preocupa más que su cuerpo no responda, por ejemplo, que la erección no sea la deseada. Por el contrario una mujer puede sentir ansiedad ante la idea de que su cuerpo no sea suficientemente atractivo para su pareja. Por otro lado, en lo que respecta a relaciones esporádicas y entre adolescentes, las chicas suelen angustiarse más que el chico por la idea de un embarazo no deseado. No obstante esto son sólo generalizaciones y ni mucho menos reglas fijas, hombres y mujeres pueden compartir temores similares en el terreno erótico. Cabe destacar que las relaciones sexuales son un factor causal de estrés mucho más habitual de lo que en principio pueda parecer. Esto es debido a que la sexualidad es una faceta del ser humano a la que se le concede mucha importancia y en la que intervienen numerosos aspectos como por ejemplo las emociones, la salud, la moral, la autoestima, etc, lo cual hace que podamos poner en juego partes muy íntimas y relevantes de nuestra identidad, y es totalmente normal y muy humano que esto cause algún tipo de temor en algún momento de nuestra vida. Lo importante es aceptar la normalidad de dicho miedo, concedernos el derecho a tenerlo, e intentar superarlo, pero cuidado, el hecho de que sea normal sentirlo en algún momento, no implica que nos tengamos que resignar a que interfiera con nuestra vida, por ello, si no somos capaces de controlarlo y superarlo es conveniente pedir ayuda para librarnos de los obstáculos que se nos interpongan al placer.
En el caso del estrés crónico, el cual es cada vez más habitual por el ritmo de vida actual, lo más frecuente es que se produzca una disminución del deseo sexual, ya que se suele desplazar la atención hacia las preocupaciones, de hecho uno de los síntomas cognitivos del estrés patológico son los pensamientos recurrentes acerca de los problemas, incluso en aquellos momentos en los que no podemos hacer nada por resolverlos, por ejemplo, dar vueltas continuamente a un tema de trabajo durante el fin de semana. En estos casos los motivos estresantes y la búsqueda de soluciones ocupan nuestra mente dejando muy poquito espacio a los pensamientos y fantasías sexuales, de modo que sin este tipo de ideas es bastante probable que desaparezcan las ganas, bastantes personas estresadas afirman que tienen tantas cosas en la cabeza que ni se acuerdan del sexo. Por otro lado, el cansancio, otra de las principales consecuencias del estrés crónico debido a la permanente activación y en muchos casos al insomnio, también interfiere con la respuesta sexual ya que, en los momentos de más tranquilidad la prioridad inmediata del cuerpo es recuperar energía descansando.
Estas repercusiones del estrés en la cama suelen ser comunes a ambos sexos, sin embargo algunos datos parecen señalar que las mujeres tenemos mayor tendencia a seguir pensando en los problemas independientemente del contexto en el que estemos, lo cual da lugar a que tras periodos de estrés las mujeres desarrollemos más trastornos de ansiedad y depresión (En los hombres sin embargo, según ciertos estudios, el estrés no desembocaría tanto en problemas del estado de ánimo como en trastornos cardiovasculares ). Considerando que sea cierta una mayor propensión femenina a darle vueltas a los problemas, nuestra sexualidad sería más vulnerable al estrés, ya que si nuestra mente está alerta y en otro sitio lejos de lo que estamos viviendo en el momento es difícil que disfrutemos.
No obstante, independientemente del sexo, no todos los episodios de estrés continuado son igualmente problemáticos, todo estriba en las situaciones en las que nos encontremos y sobre todo de la capacidad personal para manejar el estrés y afrontar las adversidades. Muchas personas, durante las épocas de mayor activación que causa el estrés pueden sentir que se agudiza su deseo sexual e incluso su capacidad para disfrutar. Esta mayor apetencia sexual responde en gran medida a que las relaciones sexuales, que por un lado pueden generar tensiones, por otro son un excelente remedio contra el estrés, puesto que el contacto físico por si sólo ya es una agradable fuente de bienestar, y el orgasmo uno de los mejores ansiolíticos. De hecho es frecuente que mucha gente recurra a la masturbación tras un día de actividad intensa o de nerviosismo, ya que es una forma rápida de obtener relajación y bienestar. Por ello, siempre que las preocupaciones no nos absorban y seamos capaces de restringir el estrés al ámbito que lo ocasiona, nuestra capacidad para el placer no tiene por qué verse afectada.
A continuación propongo a las mujeres algunos consejos para que el estrés no interfiera en la sexualidad, no obstante si el nivel de estrés es grande lo más recomendable es que acudas a un especialista que te ayude a controlarlo.
En primer lugar, es imprescindible que delimites bien un tiempo para ti, independientemente de lo ocupada que estés, puedes marcarte un horario que te ayude a organizarte mejor. Lo ideal es que este rato te lo dediques cuando ya sepas que no vas a seguir trabajando más, para así no tener en la mente que es lo próximo que harás.
Aprende la respiración diafragmática y técnicas de relajación y practícalas al menos una vez al día, si no tienes tiempo para hacerlo más. Es conveniente que tanto la respiración diafragmática como la relajación las empieces a practicar en momentos en los que no estés muy alterada.
Disfruta de los momentos de higiene diaria cargándola de toda la sensualidad que puedas. Concéntrate en la sensación del agua en la piel durante de la ducha, el aroma y textura del jabón regálate geles, cremas corporales, algún perfume… Que no se trate de lavarte sin más, si no de aprovechar ese tiempo para sentir tu cuerpo y evadirte.
Arréglate y siéntete guapa. Puede parecer una frivolidad, pero está comprobado que si nos vemos atractivas no solo gustamos más, si no que aumenta nuestro deseo y además incrementamos el rendimiento de cualquier actividad que realicemos.
En el caso de que los problemas se apoderen de tu mente y no dejes de pensar en ellos, programa también un tiempo para pensar y buscar las posibles soluciones. Centrarte únicamente en ello durante un rato puede facilitar que dejes de darles vueltas en los momentos menos apropiados.
Es posible que aún así, sigas pensando en los problemas en tus momentos de tranquilidad. Para evitarlo deja las actividades pasivas como ver la tele e intenta escribir durante un ratito algún tipo de relato erótico o tus fantasías sexuales con todo tipo de detalle. Al principio puede que te cueste, pero si te lo impones como terapia te ayudará a desconectar totalmente y a reactivar tu deseo.
Estrés y Sexualidad by Blanca Torres Cazallas is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported License.
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La verdad es que el estrés produce muchos problemas de salud. Espcialemetne los relacionados con la sexualidad (como es el caso de la eyaculación precoz en los hombres). También produce otros problemas como arrugas, sensación de agobio etc.
Yo creo que la mejor forma de tratar o reducri el estrés diarios es con la mediación. Solo meditando 10 minutos al día se pueden lograr resultados muy notables.
Un excelente artículo, Blanca. Gracias por compartir. Un saludo!