Durante estas fechas aumentan los casos de personas que acuden a consulta de psicología, parece ser que también aumentan los suicidios y los problemas del estado de ánimo en general empeoran.
Más allá de casos clínicos también existe un sentimiento de descontento, malestar o tristeza generalizada entre muchas personas durante los días previos y los mismos días de fiestas navideñas. Al menos yo escucho con relativa frecuencia la frase: “odio estas fechas”.
La explicación más inmediata a estos hechos es que a la mayor parte de dichas personas les falte alguien en su familia, alguien muy querido cuya ausencia notan más en estos días.
No digo que no haya razón en este argumento, es obvio que en el momento que toda la familia se reúne a celebrar algo se siente aún más el vacío de quien no está, además el propio contexto en sí de un acto repetitivo con toda una parafernalia concreta reproducida año tras año posee una gran fuerza evocadora que, irremediablemente, nos trae a la mente recuerdos de años precedentes en los que aquella persona estaba con nosotros.
No obstante tras el malestar navideño hay algo más. Existen personas que no han sufrido pérdidas y que aún así desearían teletransportarse a algún lugar no navideño hasta el 9 de enero.
Muchos argumentan la hipocresía de estas fechas, las reuniones con familiares que no siempre apetecen, el consumismo, la obligación de comer hasta reventar… Y sí, desde luego que esto influye, pero todo esto entra dentro de un motivo mayor: La obligación de ser feliz.
La obligación de ser feliz
Nos rodean miles de mensajes que nos instan a disfrutar a divertirnos, a ser felices e incluso a amar más a los demás. Ante lo cuál yo me pregunto si realmente creemos que el amor, como cualquiera de las emociones, puede sentirse a voluntad. En general no es fácil. Y pese a que a simple vista pudiese parecer maravilloso que así fuese privariamos a la naturaleza de un papel fundamental y sin duda seríamos menos humanos.
Teniendo en cuenta por tanto que las emociones tienen su función, y que es cuanto menos complicado sentirlas a voluntad, hay algo que desde luego no ayuda en absoluto a su consecución y es, como decíamos, la obligación; esa imposición subyacente en nuestra sociedad a “ser felices”, la cual se agudiza en Navidad, pero no es desde luego patrimonio exclusivo de estas fechas.
Por ello quiero hacer un breve análisis del efecto de estos mensajes tan positivos, centrándome en este caso en los relativos a que hay que disfrutar de la vida, tener pensamientos positivos y, como no, evitar los negativos.
Comencemos por el eterno imperativo de disfrutar de la vida y ser optimista.
Seguro que mucho de nosotros puede contar múltiples experiencias en las que una noche de fiesta tenía que ser divertidísima y sin embargo fue bastante más aburrida que aquel otro día en que no debíamos llegar tarde, ni alargar la fiesta y terminamos disfrutando mucho más.
O momentos de tristeza en los que al escuchar un “no llores” las lágrimas corren inevitablemente por las mejillas.
Lo mismo ocurre cuando nos persuaden, de forma directa, de que tenemos que estar contentos, pensar en positivo, ser felices, sonreír y un largo etcétera de mensajes edulcorados que inundan redes sociales, libros de autoayuda y discursos de amigos bienintencionados.
No quiero decir que sean ineficaces para todo el mundo, seguro que hay personas a las que, no sólo les parece bello y poético, sino que además les sirve. En ese caso me alegro mucho. Sin embargo hay personas a las cuales ese tipo de ideas les puede llegar a frustrar o empeorar. Ello es debido a los mismos motivos por los cuales nos divertimos menos cuando más queremos, lloramos sin querer, nos reímos en los momentos menos apropiados, nos dormimos, a pesar de tres cafés, la noche que tenemos que permanecer despiertos para estudiar o odiamos la lectura cuando se nos obliga a leer. No es solo que seamos así de rebeldes, se trata sencillamente de que es prácticamente imposible “hacer” que ocurran de manera racional estados emocionales.
Cuando aplicamos la voluntad consciente a los procesos naturales e instintivos es más que probable que los anulemos. Esto es sabido desde hace tiempo por filósofos, humanistas y psicólogos, como el genial Viktor Frankl creador de la “intención paradójica” como recurso terapéutico. Ya siglos antes Montaigne hizo referencia a algo similar respecto a un hombre con disfunción eréctil, el cual al desistir de sus esfuerzos en conseguir erección, dando por muerto a su pene, obtuvo excelentes resultados.
Sin embargo la moda actual del optimismo parece haber olvidado esta característica de la mente humana y a consulta me llega gente que tras haber leído algún libro de autoayuda no solamente se siente igual de triste o ansioso, sino que además se siente culpable o inepto por no ser capaz de “ser optimista” o de pensar en positivo. Y con ello paso ahora a analizar el tema de los pensamientos. Como decía, estas personas que no controlan su mente como deberían según el libro se sienten culpables y con miedo porque no olvidemos que según no sé qué principio si piensas en negativo el universo te enviará de vuelta toda esa negatividad que tú generas. Tus pensamientos negativos y tus miedos se cumplirán precisamente por pensarlos. Es decir, que por ejemplo los habitantes de Sierra Leona se han debido abandonar a ensoñaciones con el ébola durante días. Pero todo ello no es porque el universo sea así de malvado y cruel, no. Es que el pobre no entiende el “no”, es lo único que escapa a su omnipotencia y claro, aunque pensemos en lo que no deseamos, él ingenuamente creerá que sí es nuestro deseo y nos lo traerá con toda su generosidad.
Este punto sobre los pensamientos negativos hace demasiado daño y por ello quiero puntualizar varias cosas:
En primer lugar, es un planteamiento que, además de absurdo y carente de base, es totalmente cruel y dañino en cuanto a que culpabiliza a los seres humanos de su propio malestar o desgracia, añadiendo más temor a su ansiedad. Pueden existir casos en los que parece cumplirse que “la positividad atrae cosas positivas” y viceversa, ello es debido a la profecía autocumplida o “efecto pigmalión” en la que ni el universo ni ninguna fuerza mágica o mental tienen nada que ver. Sencillamente cuando un ser humano está mal, siente miedo o angustia su CONDUCTA le lleva a no afrontar ciertas situaciones, a retraerse socialmente, a evitar toda interacción lúdica, etc, comportamientos que suelen generar un círculo vicioso de malestar. Por otro lado ante la depresión o el miedo todos los seres humanos nos centramos en los aspectos negativos, y obviamos lo positivo, ya que nuestro estado de alerta nos exige estar atentos a los peligros. Por el contrario cuando estamos contentos nos involucramos en más actividades, nos socializamos más, emprendemos más, en general hacemos más actividades que facilitan el bienestar. Pero es nuestro comportamiento y no los pensamientos ni el universo lo que da lugar a ello.
En segundo lugar cuando alguien tiene preocupaciones no puede dejar de pensar en ello, no es tan sencillo elegir lo que pensamos y eliminar las ideas dañinas o dejar de pensar. Seguramente personas que dominen la meditación son capaces de llegar a ello, pero la vía de la meditación ni siquiera es evitando los pensamientos negativos o luchando contra ellos, sino dejándolos estar y pasar. Por otro lado cuando alguien sufre, tiene preocupaciones intensas o un trastorno obsesivo NO puede dejar de pensar en ello porque forma parte de su trastorno y lo peor que puede hacer es intentar no pensar o luchar contra sus ideas. Como dice Ciorán “una obsesión vivida hasta la saciedad se anula en sus propios excesos” y por el contrario se refuerza si tratamos de evitarla. Incluso técnicas psicológicas como la parada de pensamiento resultan poco eficaces en estos casos. Lo mismo ocurre con los comentarios de amigos o familiares: “anímate”, “deja de preocuparte” o “no pienses más en ello”; ya claro, como si uno decidiese pensar en lo que le duele, así por puro masoquismo. O peor aún cuando nos dicen, seguro que con la mejor intención del mundo: “pero si no no tienes motivos para estar mal, ¡animate!”. Con esta sencilla frase podemos conseguir dos cosas: que la persona se sienta simplemente incomprendida y culpable y evite contarnos sus preocupaciones o que por el contrario de manera racional acepte la frase de su buen amigo y piense:- “puede ser…pero si no tengo motivos concretos y reales entonces ¿de dónde viene este malestar?” Ante lo cual ya su mente se encargará de buscar los argumentos necesarios que justifiquen su estado lo que reforzará aún más su malestar.
Lo triste es que en ocasiones estas magníficas sentencias no proceden de amigos sino que también son usadas a modo terapéutico por personas que en principio conocen los procesos psicológicos humanos. A este respecto encontré el otro día un artículo psicológico que afirmaba que debemos evitar pensamientos del tipo “no quiero tal cosa” ya que nuestro cerebro no entiende el “no”. Esta vez no es el universo sino el cerebro quien hace una discriminación lingüística particular a escondidas de uno mismo (cuántas violaciones se podrían justificar con dicha sentencia tan científica). Lo que no me queda claro es si me diese por aprender criollo haitiano ¿entendería mi cerebro “pa fé sa”? ¿o tampoco? y ¿ésto ocurre solamente con el “no” o con todos los adverbios de negación? Tal vez el artículo lleve razón, pero hasta donde sé el lenguaje tiene sus centros de producción y comprensión lingüística en el cerebro y la palabra “no” forma parte del lenguaje, o tal vez no… Por otro lado una de las primeras cosas que aprendemos de pequeñitos es a negar y dicha negación tiene un papel relevante en el aprendizaje por contraposición. Pero puede que con la edad algún demiurgo crezca en nuestra corteza cerebral, en algún punto entre el área de Broca y el área de Wernicke, y se dedique a borrar maliciosamente el “no”.
En realidad si nos centramos en darnos mensajes del tipo “no quiero sentir miedo” o “no pude darme vergüenza” es cierto que podemos provocar más miedo o vergüenza, pero, obviamente no es porque nuestro cerebro, como algo independiente de nosotros, no entienda el “no”, sino porque como ya hemos dicho es un esfuerzo casi inútil controlar a voluntad un proceso emocional y biológico. Nos frustraremos, añadiremos más ansiedad y posiblemente más miedo. Miedo al propio miedo.
¿Existe alternativa?
Ante todo lo expuesto hasta ahora podría parecer que no hay solución posible a los estados de malestar, ansiedad o tristeza. Todo lo contrario, la hay, por supuesto. El cambio, hasta cierto punto, siempre es posible. No obstante la mejoría no suele venir de la mano de directrices concretas destinadas a promover el optimismo.
Por lo general es más fácil cambiar la conducta que cambiar el pensamiento y mucho más que cambiar la emoción. Sobre nuestros actos tenemos más control voluntario y normalmente un cambio en la conducta conducirá a un cambio en la emoción.
Por otro lado, a través de las palabras también se puede conseguir un cambio emocional e incluso cognitivo, pero en la mayoría de los casos dicho lenguaje suele ser más sugerente que directivo, elaborado desde el propio pensamiento de la persona más que desde tópicos externos que tratan de rebatirle. Se trata de lo que Giorgio Nardone resume en el título de su libro un “Diálogo estratégico”, tomando estrategias de varios autores y estudios, como los de Paul Watzlawick, y recursos hipnóticos como los propuestos por Milton Erickson.
Resumiendo, si estas fiestas te molestan estás dentro de la normalidad más absoluta. Y si en tu vida en general cuando te encuentras mal, sientes que por más que te lo digan no puedes “pensar en positivo” o que cuanto más te “animan a ser feliz” más triste te sientes no es que no tengas solución, ni que carezcas del control mental que posee la mayoría, ni tampoco que padezcas una patología psicológica grave, simplemente eres persona con una mente humana que se comporta como tal.
Nota al pie
*El concepto de felicidad y la creencia de que la felicidad es un estado permanente al que podemos y debemos aspirar es demasiado complejo. Tanto que no existe ni acuerdo a la hora de definir la felicidad.
Bibliografía
- “Brevario de Podredumbre” Emil Ciorán
- “Ensayos” Cápitulo XXI Michel de Mointaigne
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Estimada amiga después de leer este articulo me asalta una duda, no sera mas acertado que en el aprendizaje, tuviéramos presente que el ser humano es tan frágil que el estado perfecto solo se consigue aceptando, todo hasta lo inevitable como parte del viaje de la vida
desconfiar de chamanes, saber que el único paraíso es el de Milton, aceptar la tristeza o el miedo como características distintivas de lo humano y buscar la felicidad sabiendo que sólo la encontraremos a veces, a ratos, independientemente del empeño, la necesidad o el merchandising. Cosas así las sabe bien Blanca Torres, y nosotros contigo