La sexualidad infantil prepuberal es uno de los ámbitos de la sexología menos estudiados hasta el momento, debido tanto a dificultades prácticas para realizar los estudios, como a cuestiones históricas y concepciones erróneas que han dificultado la investigación. Una de ellas ha sido la negación de una sexualidad infantil. No obstante, la evidencia demuestra que la sexualidad humana comienza en el mismo momento del nacimiento y en todas sus dimensiones (fisiológica, afectiva, psicológica y social) nos acompaña a lo largo de nuestra vida. Ahora bien, en cada etapa vital la sexualidad se manifiesta de diversa forma y adquiere significados distintos.
Desde el nacimiento todo nuestro cuerpo viene preparado para el placer, toda la piel es fuente de sensaciones placenteras en los niños y las caricias, el afecto, el contacto y el cariño sientan la base de un correcto desarrollo afectivo sexual. De manera más concreta existe sensibilidad en los órganos genitales, con erección en el niño y vasocongestión en la niña. La mayoría de niños pequeños en su exploración normal del mundo y de ellos mismos, descubren sensaciones agradables que quieren mantener, por ello en ocasiones pueden moverse o estimularse de modo que prolonguen su placer, llegando en muchos casos al orgasmo. Diversos autores han señalado la evidencia de una respuesta sexual humana desde el primer año de vida, de hecho, investigaciones recientes señalan que la masturbación en niños y niñas durante los primeros años, es mucho mayor de lo que puede pensarse (López, Guijo y Del Campo, 2003).
No obstante, esta gran sensibilidad física, la capacidad de placer y más concretamente la sensibilidad genital, a pesar de ser fisiológicamente idéntica a la respuesta adulta, posee un sentido muy distinto. En primer lugar no existe capacidad de reproducción, y por otro lado está exenta de cualquier connotación sexual adulta. En los niños se trata meramente de placer, de un placer necesario e indispensable para la vida y para el correcto desarrollo de su cuerpo y sus emociones, por ello es un placer ligado a muchas otras situaciones agradables y vitales para el bebé, las caricias, la alimentación, el cuidado corporal, etc.
Conforme los niños van creciendo, a partir de los tres cuatro años pueden seguir manteniéndose las conductas de masturbación, pero muy pronto, de manera natural, van aprendiendo a realizarlas en la intimidad. La masturbación infantil debe considerarse una conducta saludable y de buen pronóstico, siempre que existan ciertos indicadores como: Capacidad de autocontrol, realizarla en la intimidad (a partir de los 4 años), no realizarla de forma exhibicionista ni como medio de llamar la atención o resolver conflictos, realizarla en condiciones de higiene, sin usar objetos peligrosos y por supuesto siempre que no vaya seguida de sentimientos de culpa.
Para evitar esta última condición es importante que la reacción de los padres sea lo más natural posible, sin regañar ni escandalizarse. Si el menor realiza la conducta de manera visible, debemos indicarle que lo que hace no es malo, es algo que le gusta y puede hacerlo con libertad siempre que lo realice en la intimidad, al igual que muchas otras conductas que la gente no hace en público (andar desnudos, hacer pipi, lavarse los dientes en fuentes públicas, etc). Si descubrimos a nuestro hijo o hija masturbándose en la intimidad, lo más adecuado es no sorprendernos ni desaprobar lo que ha hecho, simplemente actuar con naturalidad.
Además de la masturbación, otras conductas que preocupan a los padres en niños menores son los juegos sexuales entre iguales, algunas conductas de imitación de adultos, jugar a papas y mamás o la exploración y exhibición del cuerpo entre amigos del mismo o de distinto sexo. Este tipo de juegos suelen comenzar en torno a los 4-5 años y a los 7-8 suelen desaparecer pues entran en la edad de hacer grupos de amigos niños y niñas separados.
A este tipo de juegos entre menores de similar edad no se le debe dar importancia, son completamente normales y saludables pues es una forma de relacionarse, de conocer las diferencias físicas niño-niña, y de afianzar la propia identidad de genero, por lo que tienen buen pronóstico para la salud sexual posterior. Ahora bien, existen casos, como señala Félix López (2005) donde sí es precisa la intervención de un adulto:
-Ante diferencias muy marcadas de edad o en el nivel de desarrollo entre los niños que juegan
-Cuando se fuerza a participar a alguno de los menores por parte de los otros,
-Si todo tipo de juego posee un contenido sexual y no se divierte de otra manera, -En casos donde se imitan conductas sexuales propias de la pornografía,
-Juegos en los que se representan conductas violentas, agresivas o sexistas con un lenguaje soez y excesivamente sexualizado.
Estos casos pueden indicar que el menor ha estado expuesto a contenido sexual inapropiado, desde la visión de pornografía hasta conductas de abuso, por lo que hay que estar atentos a otros signos de abuso e incluso solicitar ayuda profesional.
En tercer lugar, otro tema que suscita las dudas paternas es qué y cómo contestar a las preguntas de sus pequeños.
La curiosidad infantil es inmensa, y los niños, especialmente los más pequeños (antes de los 7-8 años) no tienen ningún reparo en preguntar todo aquello que les asombra o que no entienden. Esto es totalmente positivo y en ningún caso se debe frenar la curiosidad.
Por ello es esencial responder siempre, por muy compleja que creamos que va a ser la respuesta. Debemos explicar siempre la verdad, adaptando el lenguaje a la edad del menor, pero siempre siendo sinceros. No es recomendable inventar respuestas, ni mucho menos no contestar o responder con frases como “eres pequeño para comprenderlo”. Con ese tipo de respuestas frenamos la curiosidad general y la motivación por aprender, creamos una barrera en la comunicación con nuestro hijo y lo dejamos a expensas de otras fuentes de información menos apropiadas con respuestas que no podemos controlar. Siempre es preferible que no entiendan bien una explicación a quedarse sin ella.
Las preguntas y curiosidad de los pequeños suele variar en función de la edad. Normalmente entre los dos, tres y cuatro años las dudas más frecuentes tienen que ver con el propio cuerpo y la comparación con cuerpos de adultos y/o personas de otros sexos. Esta es la etapa en la que se aprenden las diferencias anatómicas y se adquiere la identidad de género. Por ello es esencial transmitir la riqueza y la importancia de la diferencia, haciendo hincapié en el valor de ambos sexos y, por supuesto, evitar prejuicios sexistas u homófobos.
Posteriormente, en torno a los 5 años surgen más dudas relacionadas con la concepción y el nacimiento.
En general la información de los padres a estas edades debe aportar una visión positiva del cuerpo, del placer y de la sexualidad, como algo natural. Es decir promover lo que se denominan actitudes “erotofílicas”.
Evitando que llegue información sexual inadecuada a través del cine por ejemplo, ya que normalmente se trata de visiones erróneas y sesgadas del sexo, con una finalidad comercial que dista de lo natural.
Del mismo modo, es importante transmitir la idea de que la sexualidad y el placer es algo íntimo, que al crecer se convierte en una forma de comunicación con una pareja con la que se comparten muchos aspectos de la vida, entre ellos el cuerpo y el placer. Pero hasta que no llegue ese momento, nadie debe interferir en su cuerpo, ni en su sexualidad.
Para finalizar, cabe destacar que la mejor educación sexual que puede darse a nuestros pequeños es un apego seguro, afecto y mimos. Y aportar un adecuado modelo a seguir, mostrando respeto por el propio cuerpo, por la libertad de elección, evitando comentarios sexistas u homófobos y mostrando una relación de pareja respetuosa y afectuosa. Si desde niños se promueve un entorno de confianza en el que el cariño se expresa sin restricciones, tanto física como verbalmente, donde existe respeto de opiniones y gustos diversos, y en el que el amor prevalece por encima de discusiones, tabúes o prejuicios, estaremos garantizando una futura salud sexual.
López, F., La educación sexual. Madrid. biblioteca Nueva, 2005
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