Recuerdo el día que mi amigo Víctor, psicólogo forense y sexólogo, me enseñó, tapando cuidadosamente el título, la portada de un libro. En ella la fotografía de un hombre, elegante, de mirada algo extraña pero segura. Víctor me preguntó si me parecía atractivo. Fue la primera vez que escuché la historia de Ted Bundy y sus múltiples asesinatos y violaciones contra mujeres. Sin embargo lo que más me impresionó del relato no fue la crueldad o el abrumador número de sus crímenes, sino la pasión que tal individuo despertaba en féminas conocedoras de sus delitos, los cuales tenían por víctimas precisamente a mujeres. Pues bien, a pesar de ello, este personajillo provocaba no sólo atracción sexual, sino también emociones más cercanas a lo que entendemos como amor romántico, fuente de inspiración de las numerosas cartas que recibió estando preso. Pero la cosa no se queda sólo en palabras amorosas escritas en la distancia; Carole Ann Boone, una de sus enamoradas, contrajo matrimonio con Ted Bundy, condenado a muerte y con fecha de ejecución prevista. En el breve tiempo que duró su matrimonio ella se quedó embarazada.